«Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros (como está escrito: Te he puesto por padre de muchas gentes delante de Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen. El creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años, o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido.»
(Romanos 4:16-21)
Quizás cuando lo escuchó por primera vez acerca de la bondad de Dios y de cuánto Él lo ama, cada circunstancia de su vida parecía decirle lo contrario. Es posible que las situaciones dolorosas que lo rodeaban y los graves problemas le hicieran pensar que a Dios no le importaba.
A mí me sucedió lo mismo. Cuando leí por primera vez en Mateo 6 que Dios me amaba y deseaba suplir mis necesidades, el mundo que me rodeaba parecía mostrar que no era así. En ese tiempo, Kenneth y yo nos encontrábamos en quiebra y hundidos en la deuda. Éramos tan pobres. Que no podíamos comprar un refrigerador o una estufa. Cuando cocinaba papas, ¡las preparaba en una cafetera!
Sin embargo, cuando leí ese versículo, no dije: “Dios, necesitas hacer algo para probar que me amas, antes que yo lo crea”. No, sólo decidí creerle y entregarle mi vida.
Después de haber nacido de nuevo, empecé a escuchar que Dios no sólo quería BENDECIRME en el ámbito espiritual, sino también en el financiero. Aunque las cosas mejoraban para nosotros, la prosperidad aun la veíamos muy lejos. El diablo me decía: “Nunca podrás comprarte una bonita casa, quedarás atrapada en esta pequeña y sucia casa por siempre”. Según nuestras circunstancias, parecía que él tenía la razón no obstante, decidí creer en Dios de todas formas, escogí creer en Su poder y en Su amor. Le expresé: “No diablo. Dios me ama, desea y puede darme una hermosa casa”. Como resultado de eso, hoy vivo en la casa de mis sueños.
No importa en qué tipo de situación se encuentre hoy, lo mismo le pasará si se atreve a creer que Dios lo ama. Imite la fe de Abraham, y en vez de considerar sus circunstancias, considere las promesas amorosas de Dios. Crezca fuerte en su fe, dándole alabanza y gloria a Él por Su gran bondad; y descubrirá que Dios desea y puede hacer sus sueños una realidad.